viernes, 15 de septiembre de 2017

Crónica costumbrista Romeria de la Aparecida


Interesante crónica de la Romería de la Bien Aparecida del año 1925, que nos envía el equipo de investigación (Fer Man). ROMEROS Y DEVOTOS VISITAN EL VIEJO SANTUARIO
"Quien este año no visitó el viejo santuario de la cabecera alta de Marrón, donde se venera a la Patrona de los montañeses, no puede hacerse idea de la interminable cadena humana, devotos y romeros, que el día 15 desfiló por el templo donde se guarda la imagen de la Bien Aparecida. Esta foto corresponde precisamente a ese año a 1925. Del libro "Cien Años de Fotografía en Cantabria."




De todos los pueblos de la Montaña, hasta de los más apartados llegaron durante la mañana millares de romeros, y muchos acudieron también de las villas y aldeas vizcaínas limítrofes a nuestra provincia. A pie, en automóviles, ómnibus, camiones transformados para el servicio de viajeros, coches tartanas, carros campesinos, bicicletas, todos los medios de locomoción factibles de emplearse al servicio del público, se emplearon para transportar y subir romeros al Santuario. En la foto: Don Manuel Bringas, don Pancho Llama, don Felipe Osaba y otros ampuerenses entusiastas de la festividad de la Bien Aparecida con el pitero y tamborilero bilbaínos celebrando la festividad de la Patrona.

Ya la noche anterior, numeroso público, vendedores en su mayor parte, pernoctaron en la hospedería del convento, en las puertas del templo, en los patios y bajo el magnífico arbolado que defiende el Santuario. Los trenes de la línea de Bilbao, llevaron a Ampuero un exceso de viajeros, tanto de los pueblos de allá de la villa como de los de la zona de acá, y lo mismo los extraordinarios que los ordinarios transportaron romeros hasta en los furgones. Desde hace muchos años no se había visto en la Bien Aparecida una concurrencia tan numerosa. Difícilmente puede hacerse un cálculo del número de romeros que el lunes subieron al Santuario, entre los que figuraban buen número de santanderinos, pescadoras, cigarreras, costureras y bastantes familias conocidas. Pero no hay temor a rectificación si afirmamos que en los alrededores del convento de los Trinitarios, a la hora del medio día había más de siete mil personas y pasaban de quinientos los vehículos de motor.

La hermosa arboleda que rodea al Santuario hallábase transformada en animado campamento en el que ponían una nota pintoresca centenares de “barracas de comida”-verdaderos fogones de feria- puestos de refrescos y de baratijas, pequeños establecimientos al aire libre con millares y millares de medallas y escapularios de la Patrona, despachos de fruta, fotógrafos de “al minuto” y toda la gama variadísima de traficantes ambulantes.
En la foto: La Procesión entre un gran número de automóviles.

 De la empinada carretera de Marrón a la Bien Aparecida, se posicionaron desde las primeras horas del día centenares de lisiados, que asaltaban a los viandantes, poniendo ante sus ojos, para inspirar compasión, las lacras del dolor y la miseria más repulsivas. El calor es sofocante, y al mismo tiempo que las nubes de polvo que levantan en la bien conservada carretera la marcha precipitada de los automóviles nos envuelve, impidiéndonos observar desde nuestro vehículo en marcha, el bello panorama que brinda en la hondonada el verde valle, salpicado por los rojos tejados de las quintas y casas de labranza de Marrón, Ampuero, Limpias y Udalla. Cuando llegamos al alto, el cielo se ofrece más diáfano, más azul, limpio, transparente, admirándose allá lejos, sobre el horizonte, en la cumbre de gigantesca montaña la silueta un poco confusa de la solitaria ermita de Nuestra Señora de las Nieves, donde anualmente suben en procesión los devotos de la venerada imagen.
 
Los danzantes de Carasa
 
La alegre y bulliciosa animación que se respira en pintoresca campiña que circula el Santuario, contrasta fuertemente con el silencio, y la placidez pastoril del valle bajo, donde grupos de mozos y mozas voltean la hierba poco segada. En el templo, desbordándose la multitud por todas sus puertas. Llegar a la primera arcada del antiguo Santuario no es tarea fácil, los devotos y romeros se apiñan en la amplia esplanada, y los puestos de avellanas y baratijas nos salen al paso, obligándonos a grandes rodeos si queremos aproximarnos. A viva fuerza logramos conquistar un puesto en la entrada del templo, en los momentos en que termina la oración sagrada, el elocuente orador laredano capellán don Jose Urrutia. Las notas graves y solemnes del órgano dejan oír la Primera Pontifical de Perossi, interpreta al maestro Arrieta, acompañado por la capilla de los Paúles de Limpias, reforzados con otros elementos artísticos, y que dirige el Padre Marvá. Centenares de devotos, entre los que vemos algunos marineros y labradores, en ofrenda de gracias, forman parte de la procesión que lentamente desfila desde el Santuario dando la vuelta por la plazoleta, conduciendo la pequeña imagen de la Bien Aparecida, cubierta de flores.
 
El Santuario, foto de Marugán.
 
Forman en la procesión numerosos sacerdotes, toda la Comunidad Trinitaria, gentes del pueblo y no pocos “indianos” que tienen cristiana devoción por la Patrona de la Montaña. Ofició la misa, el párroco de Ampuero señor Terradillos, ayudado por los de Matienzo y Solórzano, don Juan y don Ramón Fernández. En lugar de honor acompañan a la procesión los diputados provienciales, don Tomás Gañarte Bringas y don José Antonio Iberlueca, el alcalde accidental de Ampuero don Carlos García, y representando al Gobierno civil, el delegado gubernativo de aquel partido, señor Yáñez.
 
Comida campestre en el robledal.

Cuando la procesión termina cientos de familias que han portado la comida tienden sus manteles bajo la espléndida arboleda, en tanto que los romeros “sueltos” asaltan figones y dan fin de toneladas de viandas que han llevado los abastecedores. El aspecto de aquellos lugares no puede ser más animado. Por todas partes se contemplan grupos de alegres romeros bailando animadamente al compás del pito y tamboril. Aquí la gente moza abandona la campestre mesa, para acompañar en su baile a un grupo numeroso de vizcaínos, obreros entusiastas devotos de la Patrona de la Montaña, que vistiendo el traje típico de Vasconia, han venido en ómnibus a visitar el Santuario y de paso echar una cana al aire. Más allá, el yantar copioso, lo amenizan con las canciones y danzas de los danzantes de Carasa, de la Junta de Voto, que han tenido la humorada de vestir sus pintorescos trajes de alegría, cubrir de papel multicolor las varas de avellanos y venir a la fiesta a marchas forzadas sin temor al cansansio. ¡Con razón dicen que la juventud es un divino tesoro! En aquel otro grupo, soplan y cantan el pitero y tamborilero vascos que como todos los años costean para animar las fiestas los entusiastas amigos de Ampuero, don Manuel Bringas, Llama, Ateca y otros; gente toda de buen humor y de inagotables entuasiasmos.


Comida campestre.

Al otro lado, en la vertiente opuesta del Santuario, los instrumentos de viento de una charanga, y más lejos, las notas pastoriles de una flauta acompañada del monótono e inarmónico tambor, se extienden por toda la pradera invitando al baile. El descenso del Santuario, por veredas y atajos, constituye una nota animadísima. Ya entrada la noche regresamos del Santuario de la Bien Aparecida, un poco aturdidos por las canciones de los romeros que festejan con alegre expansión la visita a la Patrona de la provincia, y un poco admirados de que en la tradicional romería, la más genuina y la más montañesa, a pesar de la enorme muchedumbre que ascendió al Santuario y del crecido número de vehículos de todas las clases que durante veinticuatro horas han cruzado aquella  carretera, no se hayan registrado ningún accidente grave.

También los vascos hacen acto de presencia en La Aparecida y bailan sus típicas danzas en honor de la Patrona de los montañeses.

En pocos minutos ganamos Ampuero donde la gente se apiña para tomar trenes que son ocupados por asalto. Muchos romeros hacen propósito de pasar la noche en Ampuero, donde se festeja el día con animados bailes. Los cafés de la encantadora villa, rebosan de público, y por todas partes se respira alegría y animación.

 
                                         RAMÓN MARTÍNEZ- Revista “La Montaña”- 1925

 “Para el compañero Ramón G. Zorrilla, actual Director de “La Montaña” con quien otros años escalé la cuesta de la Aparecida”

 

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