Ambrosio, el zapatero (Del libro "Las Angulas del Malvecino y otros cuentos." Navidad 2015)
Le ocurrió lo mismo cuando quiso ir más allá del Colegio de las Monjas un domingo de verano, las piernas comenzaron a flaquearle y sintió punzadas en el pecho que no pudo soportar. Ramón Rivas, el médico, le diagnosticó una fobia espacial esquizofrénica de primer grado y sin cura, pero le tranquilizó haciéndole ver que se trataba de una enfermedad llevadera.
-Tú trabajas en tu propio
taller de zapatero y los proveedores te
traen el género, no necesitas desplazarte fuera del pueblo… ¡total para lo que
hay que ver!
Ambrosio pareció aceptar de buen grado su
limitación aunque a sus amigos más cercanos más de una vez les confesó cuánto
deseaba poder un día llegar hasta Laredo y contemplar el mar.
- Sólo se encuentra a diez
kilómetros, ya lo sé, pero una distancia insalvable, con mi enfermedad no
podría llegar tan lejos. Pero os aseguro que con frecuencia me concentro en
silencio y logro escuchar las olas rompiendo en la arena. ¿Será posible lo que
digo o únicamente se trata de un capricho de mi imaginación?
-Quien sabe, a lo mejor por
tu enfermedad has desarrollado más otros
sentidos, como los ciegos que oyen mejor que los que ven -argumentó Saturio, el
taxista.
Fue precisamente Saturio
quien orquestó el plan de trasladar a Ambrosio hasta Laredo. En la conspiración
participó el alcalde, varios amigos del zapatero y el boticario de Rasines, que
suministró la droga; en Ampuero todos dieron por hecho que tarde o temprano ese
día estaba destinado a llegar. La festividad de los Santos Mártires fue la
fecha acordada. Durante la verbena que se celebró en la plazoleta unos y otros animaron a Ambrosio a beber algo más
de la cuenta y cuando éste se distrajo un momento le mezclaron en su vaso de
vino los polvos somníferos.
Cuando amaneció en las dunas
de la playa Salvé tembló desconcertado ante la inmensidad de aquel espacio
inabarcable. Con dificultad se puso en pie, la sangre que se le agolpó en su
cabeza sofocó un apremiante deseo de gritar. No comprendía lo que ocurría, se
sintió mareado y una oleada de angustia y desaliento lo estremeció. Solicitó
ayuda porque las pulsaciones de su corazón se habían desbocado pero no había
signo de vida en todo aquel arenal desplegado ante sus ojos. Posiblemente fue
consciente de que aquello que tenía delante era el mar y aunque luchó por
recuperar el control sobre sí mismo comprendió que su vida llegaba al final.
Cayó de rodillas exhausto y ya sólo pudo mirar hacia un horizonte por entero
inalcanzable, tratando quien sabe si de descifrar alguna última revelación y
poco a poco se deslizó hasta quedar totalmente tendido en la arena. Allí
encontraron su cuerpo unas horas más tarde y por mucho que se debatió el asunto
en los bares de Ampuero nunca se llegó al acuerdo sobre lo último que pudo
pensar Ambrosio antes de morir.
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