domingo, 21 de agosto de 2016

Lecturas de Verano. Ambrosio, el zapatero












Ambrosio, el zapatero  (Del libro "Las Angulas del Malvecino y otros cuentos." Navidad 2015)

 Ambrosio García a pesar de tener 43 años nunca había salido de la plaza y de las cuatro calles y esquinas  que la circundan y conforman el pequeño casco urbano de Ampuero. En una ocasión cuando era más joven se armó de valor y trató de avanzar por la calle del Progreso en dirección hacia el cruce de Cerbiago,  pero resultó inútil el esfuerzo porque tuvo que detenerse a la altura de la Molinera a causa de un vértigo insufrible que se apoderó de él por entero.
Le ocurrió lo mismo cuando quiso ir más allá del Colegio de las Monjas un domingo de verano, las piernas comenzaron a flaquearle  y  sintió punzadas en el pecho que no pudo soportar. Ramón Rivas, el médico, le diagnosticó una fobia espacial esquizofrénica de primer grado y sin cura, pero le tranquilizó haciéndole ver que se trataba de una enfermedad llevadera.

     -Tú trabajas en tu propio taller de zapatero  y los proveedores te traen el género, no necesitas desplazarte fuera del pueblo… ¡total para lo que hay que ver!

     Ambrosio pareció aceptar de buen grado su limitación aunque a sus amigos más cercanos más de una vez les confesó cuánto deseaba poder un día llegar hasta Laredo y contemplar el mar.

     - Sólo se encuentra a diez kilómetros, ya lo sé, pero una distancia insalvable, con mi enfermedad no podría llegar tan lejos. Pero os aseguro que con frecuencia me concentro en silencio y logro escuchar las olas rompiendo en la arena. ¿Será posible lo que digo o únicamente se trata de un capricho de mi imaginación?

     -Quien sabe, a lo mejor por tu enfermedad  has desarrollado más otros sentidos, como los ciegos que oyen mejor que los que ven -argumentó Saturio, el taxista.

     Fue precisamente Saturio quien orquestó el plan de trasladar a Ambrosio hasta Laredo. En la conspiración participó el alcalde, varios amigos del zapatero y el boticario de Rasines, que suministró la droga; en Ampuero todos dieron por hecho que tarde o temprano ese día estaba destinado a llegar. La festividad de los Santos Mártires fue la fecha acordada. Durante la verbena que se celebró en la plazoleta unos  y otros animaron a Ambrosio a beber algo más de la cuenta y cuando éste se distrajo un momento le mezclaron en su vaso de vino los polvos somníferos.

     Cuando amaneció en las dunas de la playa Salvé tembló desconcertado ante la inmensidad de aquel espacio inabarcable. Con dificultad se puso en pie, la sangre que se le agolpó en su cabeza sofocó un apremiante deseo de gritar. No comprendía lo que ocurría, se sintió mareado y una oleada de angustia y desaliento lo estremeció. Solicitó ayuda porque las pulsaciones de su corazón se habían desbocado pero no había signo de vida en todo aquel arenal desplegado ante sus ojos. Posiblemente fue consciente de que aquello que tenía delante era el mar y aunque luchó por recuperar el control sobre sí mismo comprendió que su vida llegaba al final. Cayó de rodillas exhausto y ya sólo pudo mirar hacia un horizonte por entero inalcanzable, tratando quien sabe si de descifrar alguna última revelación y poco a poco se deslizó hasta quedar totalmente tendido en la arena. Allí encontraron su cuerpo unas horas más tarde y por mucho que se debatió el asunto en los bares de Ampuero nunca se llegó al acuerdo sobre lo último que pudo pensar Ambrosio antes de morir.
 
 

                   

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